Queridos hermanos: Hemos iniciado con la ayuda de Dios un tiempo favorable de conversión y de misericordia: la cuaresma, que este año es revestida de un significado especial al recordar que estamos viviendo un tiempo de misericordia.

La cuaresma hemos de recordar que es tiempo de preparación para la festividad de la pascua, fiesta mayor de nuestra fe. Y como tal, este tiempo es especialmente penitencial, pues es la vida de penitencia y mortificación la que nos hace abrirnos a la búsqueda de Dios. Solo el hombre sediento es capaz de ir a las fuentes de agua viva para saciarse, el hombre que ya está “saciado” ya no busca y entonces sin percatarse se ve en peligro de morir.

La cuaresma es tiempo de Dios. Ante todo recordemos que Cristo es Señor del tiempo, ya san Pablo nos recordaba el miércoles de ceniza: este es tiempo favorable… tiempo de salvación. Por tanto, estamos viviendo la plenitud de los tiempos: el kairos. No solo nos reunimos para recordar el pasado, como si los acontecimientos de la Salvación se perdieran en las edades anteriores. La Salvación es una cuestión del “hoy”, las palabras de la imposición de ceniza adquieren de esta manera su importancia actual: “arrepiéntete y cree en el evangelio”, éstas deben ser lo que marca nuestra preparación pascual, Cristo nos invita a participar en los misterios de su entrega y glorificación, pero solo el que es capaz de verse a sí mismo, decíamos sediento, podrá elevar los ojos a Dios y decirle con el salmo: “sediento estoy del Dios que da la vida”.

La cuaresma estará marcada por la presencia de la misericordia, y es que la conversión, la penitencia y la mortificación tienen su razón de ser en la misericordia de Dios. Cristo entrega su vida por rescate nuestro por la gran misericordia de Dios: el justo muere por los injustos, la palabra de Dios nos recuerda a cada instante la grandeza del amor de Dios que se manifiesta en esta actitud, sabiendo Dios que los hombres éramos incapaces de salvarnos, ha enviado a su Hijo único para nuestra redención.

En conclusión hermanos vivamos este tiempo de cuaresma con el anhelo de la verdadera conversión, el Señor abre los tesoros de su misericordia para nosotros y es necesario aprovecharlo. Que la semana Santa de este año sea una experiencia de cercanía con Dios, con su misterio pascual, con su misericordia para dejarnos transformar en creaturas nuevas renacidas por esta alianza nueva y eterna que realiza el Padre misericordioso por medio de la sangre preciosa de Jesucristo en el amor del Espíritu Santo. Muertos en la carne pero vivificados en el espíritu.

Que nuestra Madre la Santísima Virgen María, refugio de los pecadores interceda por nosotros para que renovado el compromiso de nuestro bautismo en la noche santa de la vigilia pascual podamos salir al encuentro de nuestros hermanos, dispuestos a compartir la alegría del llamamiento de ser hijos en Jesucristo nuestro Señor.

Pbro. Carlos Daniel Reyes Pérez

Parroquia de Cristo Rey, Delicias.

Reflexión de la Palabra de Dios

Primera Lectura.- Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios (Génesis 12,1-4a)
Segunda Lectura.- Dios nos llama y nos ilumina (2 Timoteo 1,8b-10)
Evangelio.- Su rostro resplandecía como el sol (Mateo 17,1-9)
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Salmo 32)

1. Camino hacia la Luz

La Cuaresma recibe todo su sentido de la Pascua. Si no hubiera Pascua tampoco habría Cuaresma, o mejor: la vida entera sería una Cuaresma sin nombre, dirección ni sentido. Estar en Cuaresma entonces es posar los ojos en el Señor de la Pascua. A ello nos ayuda mucho la visión del Cristo Transfigurado. En su misericordia, Nuestro Señor quiso dejar entrever un poco de su victoria antes de que empezara lo más cruel de la batalla. Su frase final de hoy muestra bien cuál era el sentido de aquella experiencia única de luz y de gloria: «No cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.» Esa frase apunta al vínculo indisoluble entre la Transfiguración y la Resurrección. La luz grande está al final. Pero antes está el camino. Nosotros, como Abrahán en la primera lectura, tenemos que hacer camino. Observemos mejor en qué circunstancias inicia su recorrido este patriarca y aprendamos de él qué puede servirnos para nuestro propio itinerario.

2. Caminar significa «dejar»

Dios pone en camino a Abraham. Difícilmente podemos captar nosotros todo lo que podían significar aquellas palabras que le dirige: «Deja tu país, a tu parentela y la casa de tu padre.» Nuestra cultura, por lo menos en Occidente, se mueve dentro de parámetros de leyes conocidas y derechos universalmente reconocidos. Uno sabe que aún en situaciones extremas hay referencias que permanecen: gobiernos, embajadas, policía, medios de comunicación. Nada de eso tenía Abraham. El día que salió fue casi como estarse muriendo. Una Cuaresma bien vivida es algo así: es un empeño de dejar atrás lo que ya debe quedar atrás, o dicho de manera más clara y fuerte, «que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que seáis renovados en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4,22-24). Este es también el sentido original de «mortificación» y de «mortificar,» que no es otra cosa sino «dar muerte» a lo que debe morir en nosotros. El objetivo es ser nuevos pero el precio es admitir una cuota de muerte en lo que debe morir.

3. Caminar significa «depender».

Dios le dice a Abraham que deje su tierra pero no le muestra a qué tierra le habrá de llevar. Sólo le dice que se la mostrará. Partir, en esas circunstancias, significa depender. Nuestro mundo gusto de la palabra independencia y mira toda dependencia como una esclavitud que debe ser superada. Un resultado de ello es que muchas personas, más que nunca en la Historia, hacen su vida en una soledad impresionante. Pero ese es otro tema. Lo que por ahora nos interesa es subrayar que este camino de renovación es un camino en la dependencia y en la obediencia (otra palabra impopular). Sencillamente es aquello de «ser niños,» de sabernos y reconocernos niños, hijos de Dios. El niño atraviesa la ciudad inmensa y peligrosa sin temor porque va de la mano de la mamá. Así nosotros también superamos escollos y abismos de la mano de Dios. El otro nombre que eso tiene es «dependencia,» «obediencia». En ocasiones el panorama se ensombrece. Entonces aplicamos lo de Pablo en la segunda lectura de hoy: «Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios.» Sabemos que esos sufrimientos nos quitan peso, nos podan, nos rejuvenecen. Al final del camino, ya sabemos quién nos espera: «Cristo Jesús, nuestro salvador, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio.»